miércoles, 21 de septiembre de 2011

Ojos cansados.

Se la puede ver paseando casi todos los días por las inmediaciones de su casa, ayudada por una muleta o empujando un carro de la compra a medio llenar.
Siempre va con rumbo fijo, con algo que hacer, a algún sitio concreto.
Va por detrás de su cabeza, pues el cuerpo se le ha hecho añejo.
Alguna mañana espera en la parada del autobús, del que tiene memorizados horarios y rutas a la perfección, para ir al cementerio a ver a los que se han ido.

El pelo blanco, contrasta con el negro que viste. Que siempre ha vestido. Salvo en no más de tres ocasiones.
Sus manos, fuertes. Dedos largos y piel con pecas que da la edad y todo el trabajo que ha pasado por ellas.
Tiene la mirada de hace dos épocas. Ojos cansados de todo lo que han visto ayer, y ávidos por que no se les escape nada de lo que hay que ver hoy.

Tiene carácter fuerte. Siempre lo ha tenido. Energía, nervio, convicción y valentía. Aunque el tiempo sosiega todo.

Hace ya tiempo que observa más que habla. No porque no tenga nada que decir, sino porque deja hacer. No se le escapa una, las coge todas y se las guarda.

Vive sin compañía. Porque quiere. Por elección. Por convicción. Pero no sola. Nunca ha estado sola. En casa tiene una foto de sus padres. Otra de su marido. Y otra de sus hijos con sus nietos y bisnietos.

Cada golpe de la vida, cada pérdida de un familiar, cada palo, la han ido desgastando y robándole un poco de esa energía que en ella parece inagotable.
Y cada alegría, cada satisfacción, la han provisto de la fuerza que le da la vida y la hace perpetua.

Ha vivido viuda más de la mitad de su vida. Y eso la ha oscurecido, tanto por fuera como por dentro. Por mucho que los suyos hayan intentado aclararle su aspecto, siempre ha permanecido fiel a sus convicciones.

Ha trabajado hasta más allá de los 80 años, y cuando tuvo que dejarlo, el disgusto la hizo no volver a pisar aquellos alrededores por casi tres lustros.
Cuando lo hizo, hace muy poco tiempo, sólo el que la conoce a ella y a sus circunstancias, puede imaginar lo que para ella significó volver. Se emocionó a cada paso, con cada olor, viendo a los que quedan y echando en falta a los que se fueron.
Y recordando lo que no está, la tienda que llevaba el nombre de su marido y en la que pasó más tiempo que en casa. Y se emocionó.

Una persona que ha vivido guerras, posguerras, crisis, penurias, abstinencias, hambre, penas, alegrías, trabajo, y más trabajo... Debe haber visto cosas, que su cabeza ya no quiere recordar. No queda casi nadie de su generación, y eso debe doler. Mucho.

Con 94 años, sin tener muchas cosas, creo humildemente que tiene la satisfacción del deber cumplido. Con creces.
Y a pesar de todo, creo poder asegurar que es feliz, porque tiene una familia que la adora, con dos hijos, cinco nietos, cuatro bisnietos y otro de camino. Y que presume de ella por donde va.
Es mi abuela, y deberíais conocerla porque es única.