sábado, 8 de enero de 2022

La Yaya


 


24 de diciembre de 2021.

Está despierta, pero sin apenas fuerzas para llevar la contraria a esos párpados que insisten en estar cerrados. Puede casi recordar cada una de las Navidades que ha preparado para los suyos. Es capaz de decir sin temor a equivocarse quien falló tal año. O quien tuvo que irse con la familia política tal otro. Los que la conocen saben que nunca afeó o reprochó, aunque siempre echó en falta a los ausentes.


Más que sentada, está dejada caer en su sillón orejero, que sin duda conoció tiempos mejores. Arrinconado, casi arrumbado, en una de las esquinas de la estancia. Una luz amarilla y vieja, procedente del aplique de pared, lucha sin éxito por brillar más que los reflejos de las nuevas farolas que entran a través de la persiana de madera gastada y la cortina blanco azafrán. En el centro de la estancia, una mesa camilla con tapete de ganchillo incluido, rodeada por cuatro sillas de rejilla. Y tras ella un mueble aparador sobre el que se mezclan fotos sepia, blanco y negro y a color de bebés, niños de Primera Comunión, parejas de recién casados y jóvenes orgullosos con su beca universitaria. En la pared, un oleo agrietado de la “Coronació” y un retrato del “seu home”. El que la dejó hace ya tanto, y por el que guardó luto toda su vida, salvando las bodas y bautizos de nietos y bisnietos, “perque eixos dies no son per a enrecordarse de coses tristes”. 


La yaya, ha vivido mucho. A menudo se pregunta si demasiado, si merece la pena. Hoy, la noche víspera de la Navidad, el día que cumple cien años, recostada en su confesor silencioso, evoca la primera Nochebuena de la que tiene conciencia, cuando su madre le regaló la muñeca que hizo de harapos y rellenó con lana robada a uno de los colchones. Recuerda que la estrujó contra su pecho frágil, y que nunca más volvió a sentir tanto cariño por algo material como por ese trozo de tela zurcida con hilos de ternura.


El alboroto lejano de unos niños la hacen volver a la realidad de su sillón, y a recordar aquellas Navidades, convulsas, en las que el conflicto entre vecinos opacaba cualquier festejo. En esos tiempos, las risas sonaban débiles y era el hambre la que más ruido hacía. Aquella niña se veía reconfortada por ver a su familia unida, entorno al fuego del hogar que brillaba más que los destellos de las armas, y entonando villancicos para apagar el chasquido de los disparos. Incluso allí, en medio de una impuesta cruzada entre hermanos, las familias no abdicaban y se juntaban  para celebrar a pesar del miedo y la inquietud.


Orgullosa, con las ganancias de su marido, y sus dotes para economizar y gobernar la recién formada familia, y por supuesto con la promesa de pagar las letras restantes, compró su primera y única vivienda. Y en ella instauró la tradición de reunir entorno a sus viandas a la mayor cantidad de familia posible. Donde incluía, porque como tal los trataba, a los más cercanos amigos que sabía que no se podían permitir fastos, así fuera Navidad o las fiestas de la Asunción. Nunca buscó que nadie le agradeciera nada, pues siempre consideró la mayor muestra de egoísmo el sentirse acompañada por los más queridos a cambio de un plato de comida. Alrededor de la mesa y dentro de esa casa forjó una tradición que intentaría mantener mientras pudiera. Y como broche, mandó hacer un sillón para regalarle a su esposo, amante y compañero, y tapizarlo de afecto para que pudiera descansar tras cada jornada a la vuelta de su quehacer. Si bien es justo decir le sirvió más a ella como sosiego del alma, que a él para reposo del cuerpo.


También recuerda, como caricia directa al corazón, cuando su propia madre hizo salir a todos los varones de la estancia tal noche como la de hoy, y como si se tratara de un viejo ritual, le acomodaba un cojín entre la espalda y su sillón, y cogía de la cuna a su primer bebé, de apenas unas semanas, para que ella le diera de mamar frente a todas las mujeres de la familia. Aún siente el rubor en las mejillas al recordarse mostrando el pecho colmado delante de hermanas, tías y primas. Con el tiempo, y los siguientes nacimientos, esa misma imagen se repetiría, si bien se evaporó el sofoco con el paso de los años.


Haciendo de tripas corazón, tragándose las lágrimas, y no dejando que un solo suspiro saliera de su garganta cerrada, pasó la primera Nochebuena sin su marido. Se resistió a dejar el luto, mas también reivindicó su determinación a que la mesa se llenara también ese año. Con la intención clara de que sus hijos, y ella misma notaran menos el dolor, que no la ausencia. Una vez los pequeños se acostaron y los convidados marcharon, se sentó en su sillón, lloró como nunca antes lo había hecho, y tras recriminar durante no poco tiempo al difunto su temprana partida, le contó en la oscuridad de la habitación cómo le iba, lo que habían cenado y las chanzas que se habían dicho en la cena, de las que por supuesto ella no se había reído por respeto a él. Le dijo cúanto le echaba en falta y sus proyectos para salir adelante. Le contó que su equipo perdía igual de bien que siempre, y cómo estaba cambiando la calle con el nuevo adoquinado, que era lo que él había estado reclamando durante tanto tiempo para que el pueblo empezara a renovarse como convenía. El sillón la contempló dormirse aquella noche, y el día de Navidad le despertó con las primeras luces y las últimas lágrimas.


Lejos quedaban ya los días en los que era ella la que hacía acopio de viandas y manjares para reunir en torno a la mesa a todo el clan, y donde con el buche saturado, hijos, nietos y bisnietos hacían fila para recibir las estrenas. Los más pequeños iban orgullosos a sus padres para enseñarles el botín. Los quinceañeros las cogían desganados porque ya eran mayores. Y los mayores hacían ver que no las habían cobrado para volver a coger otro billete. Días en los que hermanos y primos se volvían a ver “a ca la yaya”. Donde las risas de los grandes se confundían con los juegos de los pequeños. Donde los enfados duraban menos que los polvorones, y los adultos intentaban sonsacar confidencias a los más jóvenes. Donde siempre aparecía un anuncio de inminente boda, o reciente embarazo, o meta conseguida, pero siempre motivo de brindis, risas, enhorabuenas y gritos de júbilo. Donde se dejaban las penas en la puerta y se daban las gracias por todo lo bueno.


Por uno de tantos temas que no llegaba a comprender, y de los que ya no se preocupaba por asimilar, se vio confinada en casa por más de cien días. Una soledad en la que encontró a la menor de sus nietas, que eligió el destierro con la yaya para poder avanzar en ese examen tan importante de Medicina -Tant de estudiar, a esta xiqueta li va a donar algo-. Se hicieron compañía mutuamente, se contaron secretos y sobre todo pudo conocer mejor a esa nieta, que le quitaba importancia al hecho de haberse encerrado con la abuela, a pesar de la cantidad de obligaciones que eso le suponía. Decidieron por la yaya, porque nadie le preguntó, que a pesar del fin del confinamiento, era mejor que no saliera a la calle. Que siguiera sin recibir visitas. Que no abrazara. Que no besara. Aunque lo que no le pudieron impedir, es que echara de menos. Todas esas caricias no entregadas, se las llevó, fugaces, la nena, cada vez que la ayudaba a acostarse o levantarse. Día a día, veía desde su sillón como la calle se volvía a llenar de gente, eso sí, con mascarillas para el frío que proporcionaba la ausencia de contacto. Y sin darse cuenta, y con la única compañía de su nieta cuidadora, y las frías caras de cristal que se iban sucediendo a través de una pequeña pantalla, llegó la Navidad. Y en la mesita cenaron las dos. Y para reposar y esperar la modorra en esa insólita Nochebuena, se echó en su sillón y frente a ella se sentó la improvisada centinela, y se contaron más secretos y sueños. Y lloraron. Y lloraron. Y lloraron también de felicidad porque sin estar, todos seguían estando. Y se dieron todos los besos, mimos y cariños perdidos de esa Navidad. Los que ellas se debían, y los de los demás.


Y hoy, se recuesta en ese mismo sillón que antaño llenaba, aunque hoy su longeva figura no ocupe más de la mitad, en el día en el que un siglo la ha visto pasar. Ausente y recogida. Cansada. Hoy ya no cocina para los suyos a pesar de ser el día de Navidad. Ya no es confidente ni tiene secretos que esconder. Ya no coge a los pequeños en brazos ni les desliza monedas en los bolsillos a escondidas de sus padres. Hoy con más años de los que hubiera ansiado, ya nadie le pide consejo, ha advertido que a nadie le puede interesar su achacosa opinión. Hoy, tiene los párpados cerrados, y en la esquina de la habitación donde más feliz y triste ha sido, ve la vida más oscura y la muerte más clara. Hoy en su sillón, siente la mano de esa bebé, que dando los primeros pasos de vida, se acerca a ella, y con tremendo cuidado, como si fuera consciente de su fragilidad, toca la enjuta y casi translúcida piel de la mano de la yaya. Con sus deditos graciosos va siguiendo el camino de las venas azules, buscando casi más una posible reacción de la silueta, que su propio roce. Y la mira. Mira su rostro ajado de supervivencia sin ser capaz de entender la fuerza, la vitalidad y la energía que ha poseído. La sensación del suave tacto de los deditos del bebé sobre su mano, hace que abra los ojos, y sin la mínima intención de moverla para que esa caricia dure para siempre, va levantando la vista poco a poco. Detrás de la niña está su mamá. Y a su lado el papá, su nieto. Y detrás…


Detrás, están todos. Todos los demás. Donde siempre han estado los que la quieren. Siempre. Niños, mayores y más mayores. Nunca, ni una sola de las Navidades la yaya se quedó sola. Ni cuando faltó su marido y ella se hizo la dura para juntarlos a todos, cuando por supuesto ellos ya tenían presente que la iban a acompañar. Ni cuando se quejaba por tener que cocinar para tanta gente y prometía en voz alta que ese año sería el último. Ni cuando llegó la pandemia y los hijos decidieron que por su supervivencia, lo mejor sería que la yaya se aislara lo máximo posible, y fué la más pequeña de las nietas la que decidió encerrarse con ella para asistirla, por supuesto con el consenso la aprobación y el orgullo del resto de la familia.


Todos y cada uno de ellos  esperaban ansiosos la llegada de las fechas navideñas para volver a estar en casa. En la casa que siempre fue de todos. En la casa de la yaya. Y hoy, alrededor de su sillón, en un inmenso e intenso abrazo común, todos los ojos se dirigen hacia la gran labor que ha hecho entorno a su familia. Esas miradas ven toda una vida dedicada a los demás. A los suyos, a los que pasaron y ya no están. A los que llegaron después. A la hermosa amalgama de seres dispares unidos por un lugar, por una persona. A esa multitud de ojos llenos de cariño que en Nochebuena miran al sillón donde descansa, un siglo después, la yaya.



miércoles, 24 de mayo de 2017

Y no me queda más...


Que me dicen que te hable, que te diga lo que pienso, que así será más fácil. No lo pongo en duda. No sé si será cierto que hablándote, diciéndote lo que tantas veces te he dicho, y tantas otras que ahora se me ocurren, esto dolerá menos.
Sí. Tenemos una conversación pendiente. Esa va a quedar ahí para siempre, esperándote, aguardando a que vuelvas o a que llegue yo. Pero no es eso lo que toca ahora. 
Cerraste la puerta pensando que decías la última palabra, pero ya me conoces, si algo no me gusta o no me parece justo, voy a gritar y patalear. Si no para convencer, por lo menos para que se me oiga.
Y aunque lo respeto, no me gusta que me hayas negado el derecho a la réplica, la ocasión de verte de nuevo, de volver a sentarnos en la playa de noche, o en el Golf o donde fuera... repetir por una vez una de esas largas noches en las que preparábamos nuestros agostos, en las que nos contábamos nuestros miedos, el juego que nos daba todo lo que nos daba juego, y guardándonos los secretos que no nos contábamos porque sin hablarnos los sabíamos. 
Imaginamos mil veces nuestro futuro, y soñamos con mejorar nuestro presente sin saber que lo que teníamos era perfecto, que no merecía la pena crecer más. Que ese paso, siendo nuestra ilusión, fue nuestra frustración, que allí, a la orilla de la playa era como mejor se estaba, y si cometimos un error, fue el de no parar el tiempo allí. 
Quiero volver a nuestras llamadas para no decirnos nada, esos "eh, ¿que pasa?", volverte a ver cómo te encendías tu Marlboro, y mientras expulsabas el humo dejabas ver tu sonrisa de chico de anuncio. Volver a nuestros almuerzos, a contar nuestras batallitas y a nuestras risas que pocos más entendían. A ver nuestros interiores y a valorarlos como pocos más sabían. Yo a protegerte como mi hermano pequeño, y tú a calmarme y aconsejarme con tu estilo conciliador.
Quiero decirte que dueles. Y dueles porque te sigo sintiendo conmigo, queriendo decirme algo que no alcanzo a oír. Junto a mí, tan cerca que si giro la cabeza soy capaz de verte. Y aunque te veo tranquilo, relajado, descansado, me dueles porque no es posible enfadarme contigo, porque no me has dado la oportunidad de contestarte, porque aún es pronto, pero con la sensación de que siempre va a ser pronto. 
Me da igual la forma en la que este desfile nuestro haya acabado, y me da igual porque yo estoy orgulloso de ti. De mi amigo, de mi hermano. Estoy orgulloso porque nunca nadie se rodeó de tanta gente buena, y nunca tanta gente buena se juntó para decir hasta pronto a alguien tan auténtico como tú. Y ese tú me eligió para estar a su lado, y que a mi lado estarás por siempre, porque ahora, te guste o no, ahora elijo llevarte siempre conmigo.  
Quiero decirte que nunca te dije que te quería, que nunca te dije que estoy para lo que quieras, para decirte lo que no quieres oír o para callarme lo que no quieres que diga. Para lo que quieras, pero a tu lado. Contigo, siempre contigo. Siempre conmigo, siempre en mi memoria. Porque aunque eres el que mejor miró para arriba, ahora desde arriba me ves mirarte, y con los ojos empañados, no me queda más que imaginarte...

martes, 29 de diciembre de 2015

Francesc Cantó. Jerónimo Tripiana, Jero.

Imagino a Francesc Cantó en su época, serio y eficiente en su trabajo, como debía ser cualquier soldado acostumbrado a vigilar las costas por las que de tarde en tarde llegaban naves piratas con intenciones hostiles.
Imagino que tantas horas de soledad mirando al horizonte sobre su caballo, habrían hecho de él un hombre reflexivo, uno de aquellos que encuentran las respuestas en frío, de los que no se alteran con facilidad.
Querido por sus vecinos, respetado por sus superiores, admirado por sus compañeros, y sobre todo amado por su familia y amigos.
Así imagino al soldado que encontró el arca de la Mare de Deu aquella madrugada de 1370. Pero lo que no tengo que imaginar, porque lo conozco bien, es a quien interpreta hoy al Guardacostas: Jerónimo Tripiana. También amado por sus cercanos, respetado por el pueblo, tranquilo y reflexivo, al tiempo que sensible y cariñoso.
Jerónimo, Jero, se cree el papel que representa, como no podía ser de otra forma. Monta orgulloso a su Enamorado o a Cantinero o a Bodeguero delante de la Virgen, llamando a la Playa a los ilicitanos para que la arropen, mostrándoles a todos su belleza, casi obligándoles a sacar sus Vivas cuando levanta su espada y emocionado, desde dentro, grita su ¡VISCA LA MARE DE DEU!
Pero Jero no es solo eso. Jero ha acercado el papel de Francesc Cantó al pueblo, ha hecho que cualquier niño Ilicitano quiera ser ese de rojo sobre el caballo. Ha mirado a los ojos al niño sobre los hombros de su padre y se ha acercado para dejarle su espada o para tocar suavemente su cara. Jero no ha perdido ni un solo momento la compostura, a pesar de los pesares, del frío, de las contraórdenes, de las obligaciones, del cansancio. Siempre ha tenido una sonrisa, un gesto, una mirada para ese niño que lo mira dos metros por debajo y que sueña con ser algún día Francesc Cantó. Siempre con un ojo puesto en la Vírgen de la Asunción, y como el Soldado, siempre con la vista puesta en sus obligaciones.
¡VIVA LA MARE DE DEU! ¡VIVA LA NOSTRA PATRONA!
¡VIVA FRANCESC CANTÓ!
¡GRANDE JERO!
scb

domingo, 4 de agosto de 2013

Una de fiestas, o de cocina...

 (Texto encargado por la Concejalía de Festejos para la Revista de Fiestas del Ayto de Elche 2013)
RECETA DEL ARROZ CON COSTRA, EN LAS FIESTAS DE AGOSTO,
para valientes ilicitanos, natales o afincados, y para visitantes valerosos y atrevidos que quieran de verdad sintetizarse con este ADN particular que nos proporciona la convivencia diaria con nuestro PALMERAL.
Es matiz imprescindible para empezar, elegir los ingredientes cuidadosamente, como una revelación de lo que vamos a hacer: el aceite, el arrozel embutido, la carne, el tomate, los garbanzos y los huevos nos avisan de la contundencia del plato, como anuncia la ASOCIACIÓN DE AMIGOS DEL ARROZ CON COSTRA, cada miércoles previo al inicio de nuestras PATRONALES que son inminentes los días grandes.


Seleccionar asimismo los aperos necesarios, perol de barro, costrera, rasera y sartén, tradicionales a ser posible, igual que ya se ha hecho habitual la CONMEMORACIÓN DEL DESCUBRIMIENTO DE LA DAMA, el 4 de agosto.
Nótese, que alrededor del maestro cocinero siempre estará quien quiera contrastar la calidad de los alimentos a preparar, sin poder o querer esperar a que entremos más en materia. Exactamente igual que La PROVA DE VEUS nos calma a los más desesperados los apetitos por ver cortejos y angelitos.
Encendamos el fuego, de leña, y que sirva como ALUMBRADO OFICIAL, que nos va a avisar lo que saborearemos, como PREGÓN para comensales y Festeros.
Calentemos el aceite y el ambiente, como si de una ENTRAETA se tratara y con el rigor y la entrega en la que de nuestros POBLADORES nos ofrecen lo mejor de sus obras ancestrales.
Vamos añadiendo los distintos embutidos, cada uno con su tiempo de cocción diferente, pudiéndose igualar el cocinado del botifarrón blanco o el negro con el paso rápido y marcial de  una ENTRADA CRISTIANA, así como la fritura de la longaniza blanca y roja con la parsimonia y la elegancia de una DESFILE MORO. Y reservamos aparte, el embutido, y mantenemos en nuestra memoria la elegancia de los cabos y la majestuosidad de CAPITANES Y ABANDERADO.
Como si estuviéramos participando en algún CONCURSO DE ARROZ CON COSTRA, es decir, con la mejor de nuestras artes, pasaremos a sofreír las carnes, y aquí no voy a decir si procede sólo conejo, o le añadiremos pollo también, pues cada uno en su casa y en su perol sabe cómo le gusta hacerlo, al igual que las diferentes COMISIONES Y COMPARSAS, saben como aportar su especia y toque secreto a las fiestas de la Patrona, todos por separado y todos necesarios y unidos al final en un mismo plato.  
Reservamos las carnes, ya sobre el barro, y añadimos a la sartén el tomate rallado, que como la CHARANGA va a poner el sabor y el color, y cuando consigamos ese tono característico que nos dice que está casi hecho,  añadimos como si se tratara de una MASCLETÁ, los garbanzos previamente puestos en remojo y hervidos. Es el momento de añadir toda la mezcla al perolagrega ragua y llamar a las REINAS Y DAMAS del lugar para que lo toquen de sal, que ya traen ellas la dulzura y la cordialidad. El azafrán, el color ya lo negociamos cual EMBAJADA cada uno de los ilicitanos.
Si estamos seguros que vamos por buen camino, procedemos a sumar el arroz, con suavidad y delicadeza, como en la OFRENDA DE FLORES A LA PATRONA, y dejar caer el embutido.
Casi al tiempo, encenderemos y calentaremos la costrera, con cuidado de no quemarnos, en una ceremonia semejante a la fiesta del fuego de nuestra NIT DE L'ALBÁ.
Una vez el arroz esté seco, añadir el huevo batido, y ya tenemos todos los ingredientes en el perol, como se arropan los APÓSTOLES Y JUDIOS EN EL CADAFAL, es momento de colocar la costrera sobre el perol, para que ejerza de horno.
Hacer tiempo, hablando con los amigos o la familia, como en la ROÁ, hacemos con los nuestros, y aprovechemos para explicar y disponer a los comensales de lo que vamos a degustar. Revelemos que el MISTERI de la receta no es otro que prepararlo bien la VESPRA, y degustarlo con los que quieres en una FESTA de sabor y emociones.
Una vez el huevo haya subido, dejemos reposar, y sentemos a la mesa a nuestros invitados. Si hemos seguido las indicaciones, veremos como los comensales miran hacia arriba tras probarlo por primera vez, como si admiraran la CORONACIÓN, instante cumbre de la Costra, y de nuestras fiestas.
No voy a descubrir nada nuevo, si digo que el secreto del ARROZ CON COSTRA, como de nuestras FIESTAS PATRONALES, no es otro que compartirlo con nuestros seres más queridos, y sin duda ese es el ingrediente imprescindible, para una y otra cosa.
Buen provecho y a disfrutarlo, a disfrutarlas.

Salva Castaño
Festero, Costrero.


lunes, 15 de julio de 2013

A vosotros políticos (a los de verdad)

¡Estoy harto! ¿Cuando van a tener los militantes de AMBOS partidos el valor para levantarse contra los incompetentes o mentirosos o aprovechados de sus "líderes"?
Los que los eligen, los que los sustentan con sus cuotas de afiliados, los que de verdad deberían formar los partidos, esos que realmente no roban, no se aprovechan, defienden unos ideales, esos deberían ser los primeros en saltar y decirles que se vayan, que se sienten engañados y que ellos, los militantes de base, son los que sufren las críticas y las iras de sus vecinos.
A todos aquellos que no tienen sobresueldos ni SOBRES, los que no se han aprovechado de ERES a los militantes, a los Diputados con ideales, a los políticos dispuestos a decirles a sus "jefes" que se vayan, a los concejales honrados, a todos los que no se aprovechan de su puesto en beneficio propio, a todas las bases de los partidos que siguen creyendo en sus ideales, a vosotros, LEVANTAOS! y decidles a vuestros jefes porque estáis en política, cuales son vuestros valores, echadlos y refundad vuestros legítimos Partidos para que los demás, los que alguna vez os hemos votado volvamos a creer en vosotros, en los que nos tienen que gobernar. Y lo pido porque es necesario, obligatorio, lo pido por favor.
¿Quedará algún valiente que se atreva a criticar a los suyos?
scb

domingo, 7 de octubre de 2012

Respeto

Hace tiempo, mucho ya, decidí dar un cambio a mi vida, hacer un examen de conciencia, y cambiar todo lo que no me gustaba de mi. Que eran muchas cosas. Esta reflexión, fue difícil, muy difícil, pero ha sido uno de mis logros en esta vida.
Aprendí que no siempre tengo la razón, que no soy más que nadie, que no hay que falsear nada para intentar ponerte a la altura de nadie, que no merece la pena hacerte pasar por lo que no eres para que te valoren más o mejor, que los defectos de los demás no les hacen peores personas...
Y también aprendí a valorar que el esfuerzo siempre tiene recompensa, que alguien puede cometer un error, o muchos, pero si en cierta forma son involuntarios, y le pones solución y luchas para mejorar, de lo único que se te puede tildar es de VALIENTE.
Al mismo tiempo aprendí, que igual que yo no debía juzgar ni criticar, no debía consentir ser juzgado ni insultado por pensar de tal o cual forma.
La palabra clave es RESPETO.
De aquel entonces no he logrado más amigos que los que ya tenía, ni he perdido. Porque los amigos, amigos son y están ahí.
Puede que sí haya ganado unos cuantos conocidos, y haya perdido otros tantos, pero al final, aunque no sobra nadie, es ley que unos vengan y otros vayan.
Hoy estoy feliz con mi vida, estoy feliz conmigo, no juzgo, doy mi opinión cuando me parece, y callo cuando me apetece. Elijo con quien me siento. No envidio absolutamente a nadie por ser más, tener más, creerse más...ni aspiro a que me envidien a mi, por supuesto... Tengo lo mismos amigos, y a algunos conocidos los aprecio, a otros los aprecio más, y a algunos nada en absoluto. Supongo que como todos y cada uno de nosotros.
Pero tengo claro, que nadie, y digo NADIE, merece ser insultado ni humillado por tener ideas diferentes a las de otro. Y por supuesto, yo me incluyo en ese nadie.
Por eso si tienes ideas diferentes a las mías, debátemelas, discútemelas, dame tus argumentos, pero no me insultes por ello.
Si te crees mejor que yo, ese es tu problema, sigue en tu mundo.
Si piensas que eres Dios por tener esto o aquello, o saber mas que los demás, allá tú, sigue en tu mundo.
Si alguna vez he ofendido, seguramente habrá sido involuntariamente, y no me duele pedir disculpas por ello. Si alguien se ha sentido atacado, puedo decir que no era mi intención, e intentaré que no vuelva a ocurrir. Si alguien duda de sí mis comentarios llevan doble intención, que lo pregunten, pero aseguro que siempre intento no ofender.
Pero si lo único que pretendes es el insulto o la humillación porque sí, ven dímelo a la cara, y bórrame de tu vida, o de tu red social, o de dónde sea que coincidamos. No es necesario que sigamos en contacto.
Porque INÚTILES hay en todos los sitios, pero según mi opinión, no hay mas inútil en esta vida que el que se cree más, o mejor, o superior, y de esos conozco unos cuantos... A los que por supuesto no les bailo el agua. A algunos de ellos los aprecio, apreciaba, aprecio (dudo...) a otros no les he tenido el menor cariño nunca, y a los demás, espero que estas palabras sirvan para evitar malentendidos, y pueda llegar a respetarlos y a que me respeten.

scb

sábado, 26 de mayo de 2012

Estimada Sra. Bankia.

Estimada Sra. Bankia,
me dirijo a Ud. sin la más mínima intención de que me lea, escuche, y que ni siquiera le importe lo más mínimo mi opinión. Pero no me voy a quedar con las ganas de decirle, en este caso de escribirle, cuatro cosas que pienso. A lo mejor son cinco.

Nuestra historia juntos empezó cuando hace unos años, tuve la idea de comprarme un piso, y resultó que la hipoteca que tenía el que quería, o me podía permitir, estaba surrogada con Bancaja.
Si quería dicha vivienda, tenía que pasar por el aro. Y darle las gracias.
Pero no solo eso: como Ud. necesitaba garantías de cobrar, me ofreció la posibilidad de que mis padres me avalaran. Y le di las gracias por la idea.
Me obligaron también a suscribir un seguro de vida, que según Ud., aseguraba a mis posibles herederos la tranquilidad si me pasara algo. Y le di las gracias por pensar en mis descendientes en caso de deceso.
Me "propuso" traerme el resto de mis cuentas, nómina, recibos domiciliados y demás pagos bancarios a su casa, porque así sería más fácil que me aceptaran la hipoteca. Y volví a darle las gracias por la oportunidad.
Me regalaron un boli.
En una ocasión me quedé sin saldo en la cuenta, me llegó un pago de teléfono de cuatro mil y pico pesetas, y una de sus empleadas me llamó muy amablemente para comunicarme que lo iban a pagar, pero que no se volviera a repetir. Colgué el teléfono justo después de darle las gracias por cobrarme tan solo los abusivos intereses de un día.
Desde entonces llevo pagando puntualmente. Puntualmente llevo pagándole intereses, porque de lo que es la vivienda apenas habré reducido un veinte por ciento. Y darle las gracias por haberme prestado el dinero.
Un tiempo después me regalaron un boli.
Fin del acto primero.

Después de unos años, tuve suerte, y pude ahorrar una cantidad mínima de dinero. Cantidad que a Ud. no le parecía suficiente para pagarme en un plazo fijo unos intereses iguales a los que yo le pagaba por la hipoteca. Por lo que me ofreció un producto (interno) mejor: unas acciones preferentes, que al cabo de poco tiempo me darían más rentabilidad que un plazo fijo. Me hizo firmar unos papeles que, muy amablemente, me fue explicando, y que cualquiera que no ha estudiado económicas y/o ha hecho un máster en inversiones financieras, es incapaz de entender (y aquí no eximo mi responsabilidad de nada). Pero si me quedo con una frase que me dijo uno de sus adiestrados empleados: Salva, si una empresa como Bancaja (luego Bankia) no puede hacer frente a unos pagos tan pequeños, apaga y vamonos... Por lo que decidí irme de la sucursal con una sonrisa en la boca por mi inversión, eso sí, no sin antes darle las gracias por ser uno de los elegidos para sus productos internos para clientes preferentes...
Poco después hubo una fusión, y de las entrañas de Bancaja, Caja Madrid y algunas rémoras más nació... ¡BANKIA!
Cambiaron la imagen corporativa, y me regalaron una caja de bolis que iban a tirar por ser de Bancaja y estar obsoletos.
Salió Ud. a bolsa, y a los clientes de siempre nos ofrecieron la oportunidad de comprar a un precio excepcional, las primeras acciones.
Y compré un poco. Y me regalaron un boli. De Bankia.
Fin del acto segundo.

Poco tiempo después pasa lo que pasa.
El producto interno que era una maravilla, resulta ser un bluff, que se convierte en acciones que no podrás cobrar para poder recuperar el cien por cien del valor. Recuperarlo en acciones. Por supuesto. Acciones que siguen bajando junto a las otras que compré por voluntad propia.
Después de muchas semanas de noticias desastrosas, bajadas de bolsa, dimisiones de directivos, ayudas del Gobierno, me entero que Ud. había falseado las cuentas de 2011. Y que lo que eran ganancias, ahora son pérdidas mucho mayores.
Al mismo tiempo que me dicen que Bankia sigue siendo de fiar, me entero que piden unas ayudas que llevan muchos ceros. Pero piden tranquilidad al usuario, y le dicen que confíen en Ud. Que es una entidad segura.
¿Segura?
Sra. Bankia, deje de leer porque le voy a faltar al respeto: VÁYASE A LA MIERDA. Gracias.
Además, como quieren que confíe en Ud. si ni siquiera ha tenido ahora la decencia de regalarme un puto boli últimamente.
Se despide de Ud. atentamente, un (ex)cliente jodido, engañado, humillado y puteado única y exclusivamente por Ud. y su gestión.


scb